Retomamos el texto de Freud en un contexto que valida sus problemáticas de una manera irrefutable. Nos referimos a lo que el mismo llamó el malestar en la cultura, a los síntomas de nuestra época: soledad, autismo generalizado, apatía, cinismo sin límites, ferocidad del empuje superyoico en la consecución de ciertos mandatos, que aunque no venidos del padre tradicional, encarnan el peso de ciertos ideales.
Época sin palabras, de silencio, de falta de fe o demasiada fe.
No dudo de que estos son valores de las variables de la ecuación freudiana, esa que puede plantear el balance entre la vida y la muerte.
No dudo de que en cada época la resultante ha permitido la vida, sino no estuvieramos aquí, sin embargo los valores de esas variables están marcando unos límites en ese real que sostiene nuestra vida, frágil vida: nuestro planeta, nuestros medios para la subsistencia.
No se trata de catastrofismos, se trata de introducir algo de duda en las certezas, algo de palabra en los silencios, algo de urgencia en las esperas, algo de ilusión en todo el desengaño y sobre todo algo de responsabilidad en en el sin límites de este modo de vida que llevamos y traemos.
No se si el ser humano goza hoy más que nunca, lo que si parece cierto es que las consecuencias de ese goce apuntan cada vez más a que el empuje a la muerte gane la batalla.
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